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Romero: el poder antioxidante de lo natural


A medida que los consumidores identifican a los productos saludables con declaraciones de ingredientes cortas y sencillas, procuran evitar ingredientes inentendibles o desconocidos. En respuesta, muchas empresas han creado “listas de ingredientes inaceptables”, las cuales a menudo incluyen aditivos sintéticos, tales como los antioxidantes Ter-Butilhidroquinona (TBHQ) y ácido etilendiaminotetraacético (EDTA).

Los antioxidantes naturales proveen una alternativa eficaz a los de origen sintético que se utilizan tradicionalmente en la industria alimenticia. Es bien conocido que los antioxidantes juegan un papel clave en el mantenimiento de la integridad del sabor y color de los productos alimenticios.

Adicionalmente a este beneficio, los de origen natural tienen dos ventajas: ayudan a proteger la calidad nutricional de los alimentos y son aptos para “etiqueta limpia” -un nuevo paradigma de consumo que llegó para quedarse.

El Romero (*) posee un alto contenido en compuestos antioxidantes como el carnosol y el ácido carnósico. Se ha utilizado históricamente para mejorar el sabor y para inhibir el deterioro oxidativo en los alimentos, grasas y aceites. Este extracto ha sido aplicado con éxito en distintos productos cárnicos, en los cuales mostró una elevada capacidad antioxidante y un efecto antimicrobiano moderado.

Muchos productos alimenticios son propensos a la oxidación dando como resultado deterioro del sabor, pérdida de color y rancidez de la grasa. Los mecanismos de estas reacciones oxidativas varían con el tipo de producto. Los antioxidantes naturales están diseñados y cumplen con el desafío de manejar estos diversos mecanismos y pueden ser usados en una gran variedad de productos a base de carnes rojas, aves, cerdo, pescados y mariscos. También, en aceites comestibles, cereales, snacks, productos de confitería y alimentos para mascotas.

 

(*) una curiosidad sobre el romero que trascendió a lo largo de los años es los faraones egipcios hacían poner sobre su tumba un ramillete de romero para perfumar su viaje al país de los muertos. Griegos y romanos lo consideraban símbolo de la regeneración. Los árabes lo suponían capaz de repeler las plagas y formaba parte de sus jardines. En el Renacimiento se utilizaba para elaborar la famosa agua de la reina de Hungría y también se quemaba en los hospitales franceses para combatir las epidemias.